jueves, 14 de abril de 2022

En el centenario de la exposición de Rodríguez Castelao en el Círculo de Artesanos de Ferrol

 

Bello Piñeiro: "La poderosa fuerza que emanan los dibujos de Castelao hace olvidar y desentenderse de cuanto es accesorio" (El Correo Gallego, 8 de abril de 1922)


Se cumple un siglo de la exposición que Rodríguez Castelao llevó al Círculo de Artesanos de Ferrol. Fue, obviamente, todo un acontecimiento que otro grande de la plástica, Felipe Bello Piñeiro, no ha querido pasar por alto. El gran paisajista publicó en El Correo Gallego una crítica, toda una oda en la forma y el fondo, de la obra que Castelao brindó en aquella ocasión a los ferrolanos. He decidido que mi blog sea un modesto depositario de esta pieza antológica que recupero en su integridad.

 

La exposición de dibujos de Alfonso Rodríguez Castelao merece por su excepcional importancia, por la novedad que aporta a la vida artística ferrolana, un comentario que yo no me atrevería a poner si no fuese bochornoso consagrar un silencio que no ha tenido precedentes en las anteriores exposiciones de arte realizadas en Ferrol. Digamos ante todo nuestro reconocimiento y admiración al autor de la obra expuesta. Expresemos asimismo nuestra gratitud a las personas a cuya gestión se debe el que hayamos podido admirar aquí ese conjunto de obras superiores que nos llegan precedidas del unánime y fervoroso aplauso de los más cultos públicos y de la más sabia crítica.

En el salón del Círculo de Artesanos, los organizadores de la exposición de Alfonso Rodríguez Castelao han instalado sobriamente los magistrales dibujos que ciertamente no precisan ser presentados con teatralidad, pues la poderosa fuerza que emanan hace olvidar y desentenderse de cuanto es accesorio.

Mejor que sobre damascos están sobre la humilde arpillera, estas obras, consagradas, a decir de los dolores humanos, obras que a la par que excitan nuestra admiración y asombro de amigos de las cosas del arte, provocan también nuestro remordimiento por la indiferencia que sentimos ante las miserias del prójimo. Ellos son otros tantos latigazos fulminados sobre nuestra conciencia.

Porque del fondo de todo el humorismo de Castelao y de sus recitados nacionalistas surge puro y sereno, como un lucero en el alba, un conmovedor sentimiento de inmensa piedad por las desgracias y miserias humanas. Que los frívolos pasen de largo ante estas pequeñas obras maestras. Ellas son trascendentales, ante ellas no cabe la risa y exigen de nosotros esa gravedad con que consideramos las estampas terribles de Goya y de Callot. ¿Se ha producido siempre Castelao en sus obras, tal como se nos presentan estas?No, Castelao ha sido en otro tiempo el inspirado y feliz comentarista de la socarronería y de la alegría gallegas; el amable evocador de nuestros bellos y rientes paisajes. En irreprochables acuarelas, él fue sintetizando, con alto sentido decorativo y pasmoso y refinado gusto, los más diversos aspectos de la tierra y del alma gallegas.

Las fiestas y camorras aldeanas, la psicología complicada de los labriegos, las frivolidades señoriales, la algarabía polícroma de los trajes típicos de nuestra región, los nocturnos en que triunfa el claro de la luna, llena entre el misterio de los sombríos pinos, toda una enorme serie de retratos -¿pueden llamarse caricaturas las obras de Shuusho y de Shunyei?- en la que figura toda la élite intelectual de la presente generación gallega, tal fue de extensa y variada la labor del artista en un período que puede fijarse, aproximadamente entre 1908 y 1912. Labor a la cual si se le quiere buscar un término de comparación con que expresar su frescura, espontaneidad y espíritu, había que buscarlo en la obra poética de Rosalía, en la parte que corresponde a los “Cantares”.

Mas, entre todo este conjunto de realidades pintorescas, lleno de luz, travesura y alegría, aparecen, sin embargo, los motivos que en lo sucesivo ha de ir desenvolviendo a lo largo de su gloriosa carrera, como el tema de una sinfonía y con los que producirá las obras más completas de su genio. En sus exposiciones del año 1912 figuraban en efecto ya unos “Ciegos” y una “Loca del monte”.

El año 1915 -en que Castelao fue laureado en la Exposición nacional- se ve al artista seguir nuevos senderos. Conservando siempre un bello sentimiento de lo decorativo y de armonía en todas sus obras, se cuida mucho de descartar de ellas lo superficial o lo simplemente amable, para expresar verdades profundas, conmovedoras, melancólicas. 

Sus paisajes ya no son risueños. Tienen la hosca tristeza de la tierra en los días de brétema. Son genuinamente pondalianos. Sus figuras alcanzan la más noble y austera grandeza. Marca esta etapa el famoso “Cuento de ciegos”, portentosa creación, maravilla decorativa, maravilla del sentimiento, maravilla de ejecución. Castelao abandonó definitivamente el reino de la alegría. Si antes hemos evocado los “Cantares” de Rosalía, al hablar de las primeras producciones del maestro, pudiéramos ahora recordarnos de “Orillas del Sar” para mejor comprender la obra del artista en su nueva y última fase. Como el de Rosalía en aquel postrer libro, el espíritu de Castelao se universaliza, pasa de las cosas que pueden complacer nuestra vanidad y cariño regional a una concepción más elevada de pensamiento. No ya más bellos y armoniosos efectos cromáticos, no más indescriptibles momentos de luz sobre los campos. 

Ahora es el ser humano, sus miserias, sus dolores, el que habla profundamente al corazón del artista. El “Fracasado de la emigración” está desnudo. Su cuerpo esquelético, las vértebras de su espinazo, causan una sensación tan poderosa en el alma como no las producen las más sabias y ricas armonías de color de “Mientras suena la gaita”. Por eso el arte del maestro adopta ahora procedimientos simples y sobrios. El negro y la sepia y su maravillosa línea le bastan para sugerirnos cosas espantosas que en la vida quisiéramos ignorar. Pero aún cuando no habla en este. tono, su arte conserva siempre un deje de amarga melancolía.

 Aquel cura de aldea que hace años nos presentó en “La rectoral” vuelve a mostrárnoslo de nuevo en “A felicidade”. No florece ya el manzano en el huerto, no es la mañana de primavera, con sus rayos de sol que alegran la sombría casona. Es en cambio la hora del “fusco, lusco” es la vejez solidaria, la decrepitud mirando en la soledad espantosa, la Iglesia reflejada en el cristal, como una pesadilla eterna y sombría. Sin duda un sentimiento terriblemente irónico dictó esta obra y sin embargo ella escita más nuestra compasión que nuestra burla.

La labor artística de Castelao en esta su última época es tan sorprendente como variada. Es también muy fecunda y en gran parte está repartida entre las revistas y portadas de libros, algunas de las que son insuperables.
Citemos la del libro de Cabanillas “Vento mareiro”, para la cual ejecutó Castelao, una de las más bellas marinas que hayan sido pintadas en España. Un fragmento de esa “sinfonía del mar” que un ilustre escritor paisano nuestro reclamaba de los artistas gallegos.

Hablemos algo de la técnica de Castelao y no en son de crítica que plumas más competentes que la mía han hecho resaltar antes de ahora todos los valores estéticos contenidos en esta admirable serie de 50 dibujos que se expone en el Círculo de Artesanos. Se nota en la técnica actual de Castelao dos tendencias verdaderamente opuestas. Una le lleva a sintetizar, a resolver con líneas de una belleza y exquisitez magníficas, poderosamente sugeridoras los problemas que plantean la ejecución de los temas elegidos.

En tal caso, su personalísimo estilo tiene una filiación que lo refiere a los modernos dibujantes alemanes del “Simplíssimus” y, sobre todo, a los maestros del apogeo de la estampa japonesa. Sharaku, Outamaro. Es prodigiosa la manera con que sugiere calidades, empleando con un supremo arte los más delicados recursos del lavado y de las tintas, o con resoluciones de desconcertante simplicidad.

En su otra tendencia, se produce dentro de la tradición pictórica, más genuinamente europea. Es un clásico. Si su potente personalidad permitiese referirlo a alguien en este caso lo haríamos a los primitivos castellanos y a los Gossart de Mabuse, Adrián van de Venne, Bronwer y otros de las escuelas nórdicas.

Exprésese, en una u otra forma, su técnica siempre es clara, perfecta, fina. No es posible contemplar sin asombro el prodigioso dibujo, titulado “O probe Xan”. A parte de cuanto como creación habla al espíritu esta apocalíptica figura, hay que admirar y readmirar el modo insuperable como están tratadas las viejas y rugosas carnes del pobre ciego, tan justas de calidad que llegan a sugerir absolutamente, a pesar de estar interpretadas solo a dos tintas, la sensación absoluta del color. Tendríamos que citar una por una todas las obras expuestas, para poder ser justos en el elogio.

¿Cómo no entusiasmarse ante la fuerza trágica de obras tan admirables como “A cega que ten que ganarse o pan”, “A tola do monte”, “El ciego” y, sobre todo, esa formidable que titula “O fracasado da emigración”? ¿Cómo no admirar ese mozalbete “que quer fuxir da terra”, la gracia pícara de rapacetas y cativos y esos tipos de aldeana en que toda el alma de la mujer gallega está sintetizada? ¿Qué no decir de la obra maestra, que es su autorretrato? La conmovedora y magnífica labor que Castelao ha tenido la bondad de mostrarnos va a ser reproducida y esas reproducciones se editarán en forma de álbum.

De desear fuera que la salud del maestro le permitiese pasar toda su labor al aguafuerte. Y aún anhelamos más. Creo interpretar los deseos de todos los aficionados a las cosas de arte que conocen a Castelao si digo que es indispensable reunir toda la labor del artista en una monografía que nos permita seguir la marcha gallarda de su genio desde las primeras y lozanas obras de mocedad hasta estas patéticas y profundas de su plenitud. ¿Sería pedirle mucho a Galicia que costease su edición? Es lo menos que podríamos hacer en honor de quien tan alto ha puesto el nombre del Arte Gallego y de aquel por quien la gloria ha dejado caer su rama de laurel al pasar en un vuelo magnífico, sobre la vieja tierra amada de los celtas.

BELLO PIÑEIRO

Seijo 8 de abril de 1922.


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