viernes, 21 de noviembre de 2014

De Podemos y la Transición




Vale mejorar, cambiar el presente, pero no vale denostar la Transición, porque en ese momento se hizo lo que se pudo y de no haberlo hecho así tengo mis dudas de que se pudiera estar hablando en la clave en que hoy nos situamos. Obviamente, los principios en que se basó aquel proceso son abiertamente revisables, porque el tránsito fue muy condicionado. Hoy,  las circunstancias políticas y sociales han mudado y, evidentemente, los tiempos son llegados. Entonces, todos perdimos un poco. Pasar de una dictadura a la democracia sin movimientos traumáticos no sería posible de no hacer la operación tal como se hizo. Sin olvidar sucesos traumáticos como la matanza de Atocha o el propio intento de golpe del 23-F. Y, quede dicho, particularmente el que suscribe era en aquel momento rupturista, no reformista, pero andando el tiempo me percaté de que aquella era la Transición posible.
No se puede caer en la contradicción de invocar con frecuencia, "las conquistas sociales y de derechos alcanzados por nuestros padres y abuelos", Pablo Iglesias dixit, y por otro lado afear el proceso de la Transición, porque esta también fue una conquista en su momento de los padres y abuelos. En suma, está bien que pasen página, porque, en efecto, hay cuestiones que en ese momento no tuvieron encaje y quedaron pendientes, pero no me gusta el tonillo de fondo, el sonsonete con el que se refieren a la dichosa Transición. Y, además, corremos otro riesgo, que consiste en que bajo el manto largo y ancho de la corrupción metamos todo para, acto seguido,  invalidar y negar en términos absolutos casi cuarenta años de libre convivencia -el período más largo de estabilidad de la historia de España, tras siglo y medio de alternancias de dictaduras y democracia- lo que me parece una perversión total del discurso político.
Urge purgar y limpiar las sentinas de las instituciones, de los partidos políticos. Urge reinventar el noble concepto de la política, ahora vilipendiado. En esa línea emerge con fuerza sorprendente la formación que lidera Pablo Iglesias de la que se espera que vaya cobrando identidad con un programa concreto, que defina su pensamiento ideológico, porque eso de que no somos de derechas ni de izquierdas (sino todo lo contrario)  es pura indefinición, una entelequia.
No creo que este país se haya vaciado ideológicamente, antes bien pienso que la sociedad muestra hartazgo de los políticos, que es cosa bien diferente. No se debería permitir que los políticos ensucien la política y al final, los conceptos de la política y los políticos sean interiorizados como la misma cosa. Me niego a matar la política.

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