domingo, 6 de julio de 2025

Cincuenta años de pleitos Marina-Concello por la titularidad de la alameda del Cantón

 


A caballo de los siglos XVIII y XIX se producían con frecuencia “rifirrafes”, incluso pleitos entre la Marina y el Ayuntamiento por la propiedad de la alameda del Cantón. El hecho de que el cuidado de esta corriera a cargo durante años de los comandantes generales de los arsenales parece ser el nudo gordiano de un enjundioso proceso, en una ciudad que, como esta, había, todavía hay, una gran interactuación entre las poblaciones civiles y militares.

Según los antecedentes, la alameda, por la parte oeste era mar, habiendo contribuido la villa a rellenar el terreno en el desmonte de la plaza de Dolores. Contaba entonces que el terreno del centro y parte del que siguió hacia el este correspondía a la antigua ermita de la Magdalena, que era patrona de la villa, solo se plantearía la duda, según Montero Aróstegui, del frente de la antigua Casa Consistorial, emplazada, como se sabe, en el edificio ya desaparecido, que, en las últimas décadas del franquismo, fue sede del sindicato vertical. Pero también el historiador, hurgando en legajos y pergaminos, llegará a la conclusión que estos últimos terrenos eran propiedad de la municipalidad. No se cuestiona, por otro lado, que a la Hacienda de Marina perteneciese parte de los terrenos cedidos para el foso y obras de los arsenales.

En el año 1787 el Ayuntamiento había tomado acuerdos en los que se deja constancia de haber satisfecho el coste de los árboles empleados “en el plantío de la alameda”, así como la colocación de asientos de cantería para su mejor decencia y comodidad. Resulta igualmente significativo que cuando el capitán general de la Marina, Antonio de Arce, que luego dio nombre a una calle, ostentaba el mando del departamento en el año 1786, al tratar de construir una fuente frente al dique, se hace referencia a una segunda calle de árboles que pertenece a la villa, debiendo, por esa razón, el alto mando militar dirigirse al Ayuntamiento para obtener el necesario permiso de edificación.

 

Toma y daca

Pero, posteriormente y a lo largo de algo más de 40 años, la propiedad sería objeto de un toma y daca en el que se disputan la propiedad Ayuntamiento y Marina. La influencia que los jefes de esta ejercieron siempre en una población puramente militar y las armoniosas relaciones entre éstos y los representantes civiles, entiende Aróstegui que llevaron a crear un clima de indiferencia acerca de las atribuciones y derechos de cada cual, ya que se miraban como causa común. La Marina tenía medios y recursos para encargarse de la decencia de la alameda y lo que en principio fue condescendencia con los regidores, después se argumentó como un derecho adquirido.

Habiéndose dispuesto en el año de 1795 por acuerdos de la Junta de arbitrios presidida por el intendente de Marina y después por otras providencias del Ayuntamiento, la corta de la fila de álamos que había al frente de la “Casa de la Villa por la oscuridad que le causaba y los desórdenes que se consentían”, el Gobernador político-militar de la plaza, entonces presidente del Ayuntamiento, mandó ejecutar aquellos acuerdos. Se procedió a la corta y el importe de dichos árboles se invirtió en la primitiva calzada de aquella casa. En tal estado de cosas, se recibió en el 1798 una real orden, mandando que dicho gobernador entregase en la tesorería de la Marina el importe de los 70 árboles cortados.

Dinero de ida y vuelta

Sin perjuicio del resultado de estas exposiciones, el Gobernador, de acuerdo con el cuerpo municipal, acatando y obedeciendo los mandatos de S. M. reintegró a la tesorería de Marina el importe de aquellos árboles. El expediente siguió su curso y las quejas fueron después oídas y debidamente apreciadas. “Por curso del Real y Supremo Consejo de Castilla de 19 de febrero de 1800, se declaró que el Gobernador político militar de esta plaza no se excediera en la corta o la tala de árboles perjudiciales a la policía del pueblo, cuyo conocimiento pertenecía privadamente a la autoridad local. Se mandó que en lo sucesivo el capitán general, intendente u otro juzgado alguno de Marina no interviniesen a conocer ni entender en aquel ramo, por serle solo peculiares los correspondientes a las obras de arsenales, y se previno que el jefe del departamento comunicase las órdenes oportunas a la tesorería de Marina para que devolviese al Ayuntamiento los 299 reales que había entregado y cuya devolución tuvo efecto, ingresando aquella cantidad en fondos municipales”, subraya la documentación consultada.

Parecía que con la providencia del Real y supremo Consejo de Castilla hubiese quedado sin cumplimiento, pues aunque el Ayuntamiento se ha dirigido a aquel cuerpo supremo con testimonio del oficio del jefe del departamento, no consta que hubiese resultado alguno y los comandantes de arsenales continuaron en la administración y cuidado de la alameda.

La Constitución de 1812

Publicada la Constitución de 1812, instalado el Ayuntamiento bajo la organización y atribuciones que daba a las municipalidades aquel código, volvió a activar negociaciones para que se le concediese aquel paseo público, pero sin resultados por la negativa de la regencia del Reino a consecuencia de lo manifestado por el Ministerio de Marina. Nuevas gestiones volvieron a ponerse en marcha, aunque sin frutos, en el año 1823, pero entonces, como en 1813, solo pedía el Ayuntamiento la administración de la Alameda, como un paseo público que, según la Constitución, debía quedar a cargo del cuerpo municipal, pero sin tocar la cuestión de propiedad ni los derechos de la villa, porque el lamentable estado en que se encontraba el archivo había sin duda hecho olvidar los derechos aclarados en los documentos del siglo anterior, que entonces era muy difícil buscar. Sin embargo, en el 1824 se efectuó el recurso por parte de la villa del corte y arranque de álamos que formaban la fila superior y última desde la fuente de la Teja a la iglesia parroquial, sin que conste hubiere la menor oposición por los jefes de la Marina. En tal Estado siguieron las cosas hasta septiembre de 1840, en que la Junta de Gobierno del alzamiento de aquella época declaró que la administración de la Alameda, como paseo público, pertenecía al Ayuntamiento, según la legislación vigente de estos cuerpos. Esta disposición se llevó a efecto, desde luego, pero después por el Ministerio de la Marina, bajo una real orden de la regencia provisional del Reino, que derogaba el mandato de la Junta de Gobierno de esta plaza, el Ayuntamiento acudió también por el Ministerio de la Gobernación y consiguió otra orden de la misma regencia de 18 de enero de 1841, para que continuase a su cargo el cuidado de la Alameda efectuando algunas mejoras y proyectando un jardín.

Ruidoso asunto

En 1846, volvió a promoverse el ruidoso asunto cuyos antecedentes obraban en la Secretaría. Como entonces aún no se había arreglado el archivo antiguo, no se ventiló cómo debía la cuestión de propiedad ni los derechos de la villa. Solo se fundó el Ayuntamiento en que era un paseo público del que estaba encargado por la Junta de Gobierno de 1840 y la Real Orden de 18 de enero de 1841. Carecía, pues, el Ayuntamiento de los antecedentes por estar los papeles olvidados e ignorados “en lo que se llamaba archivo”, matiza Montero Aróstegui. Así es que la disposición que la Marina alcanzó del Consejo real, comunicada por el mismo Ministerio de Marina el 22 de diciembre de 1848, resolviendo que a la Marina correspondía disponer el terreno y árboles de las alamedas inmediatas al arsenal, fue alcanzada sin todo el conocimiento de antecedentes con que la villa podía sostener sus derechos y por solo los antecedentes que la Marina presentó.

Una pausa temporal

Aprovecho para informar a mis gentiles y generosos lectores y lectoras que abro un paréntesis en la publicación de “Curiosidades Ferrolanas”. Será hasta finales de septiembre. Nos vemos a la vuelta.

 Este artículo fue publicado en Diario de Ferrol el domingo, 06/07/2025

martes, 1 de julio de 2025

Victoriano Suanzes Pelayo, otro ferrolano alcalde de A Coruña

 

Victoriano Suanzes Pelayo fue un marino y político ferrolano que vivió a caballo de los siglos XIX y XX. Su padre, Victoriano Suanzes del Campo fue reconocido por Ferrol dando su nombre a la alameda del Cantón.

Fue en los años veinte del pasado siglo cuando, durante la dictadura de Primo de Rivera, Suanzes Pelayo ejerció de alcalde de A Coruña, aunque solo por un año, ya que, percibiendo grandes disensiones en el seno de la corporación, optó por dimitir con carácter irrevocable. Conviene recordar que, con anterioridad, el también ferrolano Juan Flórez había desempeñado en sendas ocasiones la alcaldía de A Coruña.

En este capítulo voy a prescindir de la carrera militar de Suanzes Pelayo para centrarme únicamente en el Suanzes político. El personaje fue minuciosamente tratado en la web “Nacidos en Ferrol” del también marino Antonio Blanco Núñez, cuya fuente me fue de gran utilidad.

En la dictadura de Primo de Rivera, mediante un Real Decreto de 30 de septiembre de 1923, se llevó a cabo el cese de todos los concejales de los ayuntamientos, con la posterior sustitución por juntas de vocales (contribuyentes no elegidos democráticamente), en un proceso dirigido por la autoridad militar; estos vocales serían los encargados de elegir al alcalde y al resto de cargos municipales.

El 8 de febrero de 1924, se produce la renovación de la corporación en el Ayuntamiento de A Coruña, siendo elegido para el cargo de alcalde Victoriano Suanzes Pelayo. El Correo Gallego, recogía la noticia: “Bien empiezan su labor los concejales del ayuntamiento coruñés eligiendo al Sr. Suanzes para presidir la corporación. Suanzes, que es ferrolano, hará una gestión brillante al frente del municipio. Pues no otra cosa cabe esperar de su gran cultura, su actividad, su don de gentes y sus conocimientos de la vida pública de La Coruña, que tan a fondo conoce”.

El acto se celebró a las seis de la tarde en el palacio municipal, en presencia del gobernador cívico-militar López Pozas, el alcalde saliente Laureano Martínez Brañas, entre otras autoridades civiles y militares, así como representaciones varias. Le acompañaban en la corporación como concejales, entre otros: Antón Vilar Ponte, (escritor, periodista y uno de los principales líderes del galleguismo de preguerra) como representante de la Federación Provincial Agraria Coruñesa; el teniente coronel retirado Manuel Insua Santos, promotor en su día de la Universidad Popular y de los “Amigos de los Árboles”; Antón Valcárcel, que perteneció a las “Irmandades da Fala” en calidad de secretario de la Cámara de Comercio local y Enrique Roel Munch, dueño de la imprenta Roel.

La Voz de Galicia de 9 de febrero, en una generosa cobertura, como no cabía esperar otra cosa, señala en la crónica: “Cuando los ujieres dieron la voz de sesión pública, la impaciente avalancha del público se precipitó en el salón, arrollándolo todo. Los más curiosos pugnaban por alcanzar los primeros puestos y se abrían paso a codazos y empujones. Varios vidrios de la puerta de acceso a la tribuna popular cayeron hechos añicos, produciendo el consiguiente estruendo. La confusión que se produjo fue hábilmente aprovechada por algunos espectadores poco aprensivos que se llevaron las barras de metal que adornan la mampara y protegen los cristales”.

Toma de posesión

Tras la intervención del alcalde relevado, Martínez Brañas, tomó la palabra Victoriano Suances expresando la emoción que sentía. Demandó de todos los presentes que sus primeros aplausos en presencia de la nueva corporación fueran dos salvas, una de saludo efusivo a la ciudad amada y otra a las personas que acababan de abandonar la casa por disposiciones de la ley. Agregó que no acertaba a expresar, con la intensidad con que quisiera, los sentimientos que guardaba su corazón, pues, al sentarse en un sitio tan enaltecido por ilustres antecesores, se sentía trémulo y emocionado. Y continuó: “Cuando está próximo a cerrarse este libro de mi vida, me veo obligado a abrirlo por sus postreras hojas para anotar unos renglones en lo que jamás pude soñar, para escribir en la casilla de honores y recompensas estas palabras, “alcalde de La Coruña, por lo mucho que la ha amado”.

Agregó Suanzes que era un ferrolano amante de su tierra y recordó la frase de Canalejas “no solo se es de donde se nace, sino de dónde se ama”, para expresar como en su alma se fundían sus cariños hacia los dos pueblos hermanos. Terminó su alocución de la siguiente manera: “Si veis que mi mano vacila o que mi pecho tiembla, pedídmela o arrancádmela, porque prefiero el tormento del despojo a sostenerla con vilipendio”.

Poco más de un año después, el 3 de marzo de 1925, Victoriano Suanzes presentó la dimisión con carácter irrevocable. El Correo Gallego señalaba al día siguiente: “Causó gran extrañeza y es muy sentida en La Coruña la dimisión presentada ayer por el alcalde. Era irrevocable, a pesar de los intentos del gobernador civil por frenar su decisión. “Nosotros -dice El Correo Gallego- hemos de lamentar sinceramente la marcha de la alcaldía del digno marino, ya que su gestión ha resultado todo lo acertada que podía esperarse de su gran capacidad, beneficiosa para los intereses locales haciéndose acreedor el Sr. Suanzes al aplauso de todos los coruñeses que no regateamos en darle desde estas columnas”. Suanzes Pelayo fue sustituido por Manuel Casás Fernández.

Su labor como alcalde

En su etapa como alcalde entre 1924 y 1925, refiere Blanco Núñez que se pueden destacar, entre otras actuaciones, la solicitud  al Directorio Militar de la desaparición de la vetusta y antihigiénica cárcel del Parrote, siendo uno de los impulsores de la construcción de la cárcel provincial en Agra de Monte Alto, frente a la Torre de Hércules; aprobó el retorno de religiosas (Hermanas de la Caridad) a las labores de atención y gestión de los establecimientos benéficos municipales, “que sería el detonante para que Antón Vilar Ponte, presentara su dimisión”; peatonalizó en 1924 la calle Real y tuvo que enfrentarse a la aparición en la ciudad de diversos casos de viruela, para lo cual emitió un bando bajo el título: ¡A vacunarse y revacunarse!

Victoriano Suanzes Pelayo falleció el 14 de octubre 1929 en La Coruña, a la edad de 71 años. Al día siguiente su cadáver fue trasladado desde su casa en el Cantón Grande al muelle de la dársena de donde zarpó con el féretro el remolcador de la Armada “Marinero Jarama”, que lo trasladó a Ferrol, cumpliéndose el deseo expreso del finado. A su llegada a Ferrol, quedó instalada la capilla ardiente en el Arsenal y al día siguiente, con los debidos honores, fue conducido al cementerio ferrolano.

Legado literario

A finales de 1891, publica en la imprenta de El Correo Gallego “Breves Apuntes de Meteorología Náutica, Oceanografía y Derrotas”.  En 1917, del mismo modo, saca a la luz “A las Mujeres. Injusticias de los hombres”, donde reflejaba las doctrinas de la ilustre ferrolana Concepción Arenal, de la que era un gran entendido y admirador. Se trataba de una obra de teatro, en la que elogiaba a la mujer en todas sus facetas, destacando su inteligencia, capacidad de trabajo y abogando por la igualdad de derechos con los hombres y en 1928 publicó “La bolsa del pescado en La Coruña”.

 Este artículo fue publicado en Diario de Ferrol el domingo, 29-06-2025