Un recorrido por las antiguas Casas Consistoriales
Esta fue la sede del Ayuntamiento anterior a la actual
La crónica
de la época señala que, en vísperas de inaugurarse el nuevo Palacio Municipal
que hoy conocemos, “se van apagando las polémicas que con referencia al mismo
se habían originado. Empezaron estas por el asunto del emplazamiento del
edificio. Se discutió luego sobre su aspecto y estilo de facto arquitectónico,
para tomar después la crítica popular como blanco, las esculturas que adornan
su fachada y sobre todo, las dos sirenas colocadas en ambos lados del escudo de
armas de la ciudad. Por si fuera poco, todavía el comadreo callejero, tan dado
a señalar parecidos, casi llegó a negar la paternidad de la obra a su
proyectista, encontrando la ascendencia del futuro consistorio en otras construcciones
congéneres”.
Dejando a un
lado la polémica, será ilustrativo lanzar una mirada retrospectiva para
apreciar las características de los locales que han ido ocupando sucesivas
corporaciones municipales a través de los tiempos.
Consta en acta
del Ayuntamiento, que en el año 1613 se habían realizado varias libranzas para
construir en la puerta del Castro, la llamada Torre Antigua, con el objeto de
colocar en ella el reloj público, y para que sirviese además de sala
consistorial y de cárcel. Esta edificación debió de ser reducida e incómoda en
grado sumo, puesto que el Conde de Lemos, en carta-orden del 4 de marzo de
1716, mandó establecer por cuenta del municipio otro presidio, disposición que
se llevó a efecto adquiriendo de la obra pía Virgen del Rosario una casa
situada entre las señaladas con los números 22 y 25 de la calle, que por la
causa antedicha, se llama de la cárcel vieja. A este edificio se trasladó
también el concejo, cuyas facultades quedaban reducidas poco más que a la
provisión de cargos subalternos, pues el nombramiento de alcalde y procurador
general lo hacía al Conde de Andrade. Las asambleas de vecinos se celebraban en
el atrio de la capilla de San Roque ya que el edificio municipal era
insuficiente para su función.
Así las
cosas, aparece la Real Cédula de 21 de diciembre de 1733, en virtud de la cual
las nobles casas de Andrade y Lemos cesaron en el dominio que había ejercido
por espacio de 392 años sobre la villa, pasando esta con sus 222 vecinos a
depender de la Corona. El monarca entonces se reservó el derecho de nombrar al
alcalde mayor letrado que a la vez sirva de auditor de guerra del departamento.
Decreto dado por Felipe II el 7 de junio de 1734. Varias personas pasaron sin
pena ni gloria por este puesto hasta que el Rey Carlos III nombró para ocuparlo
a Manuel Álvarez Caballero. La descripción que del edificio municipal hace este
ilustre corregidor en el acta del 4 de noviembre de 1786 no puede ser más
elocuente y desconsoladora. En ella expone que cuando al tomar posesión de su
cargo pasó a visitar a los presos, se encontró con que aquellos desgraciados
estaban sepultados en una lóbrega triste y húmeda bodega sin separación cuando
ya el Emperador Constantino dijera que la cárcel había de ser lugar seguro y
saludable.
Su impresión
no mejoró al ver que las reuniones del concejo tenían que celebrarse en la
propia habitación del alcalde, desprovista de todo ornamento, de forma que ni
silla de Presidencia había. El archivo lo formaban unas viejas arcas en las que
estaban metidos sin orden ni método los documentos.
En vista de
lo que antecede, realizó gestiones cerca del monarca para la construcción de
una nueva casa consistorial, con arreglo a los planos hechos por el coronel de
ingenieros y sargento mayor de la plaza, don Dionisio Sánchez Aguilera. “Pero
entonces, como ahora, empezaron algunos timoratos a decir que la obra
proyectada era de una envergadura exagerada para Ferrol”. Como consecuencia, el
señor Álvarez Caballero dijo que quien más ennoblece a los pueblos son los
magníficos edificios cuya memoria aún después de su ruina duran los futuros
siglos. Y reforzaba su aserto con obras como el templo de Diana en Éfeso; en
Cartago el monumento en honor de Juno; en Bizancio, sus nobles murallas a
Babilonia, etc., y a España, el monasterio de San Lorenzo del Escorial.
Por otra parte, nuestro municipio, que no hacía muchos
decenios había recibido a doña Ana María de Neoburgo, esposa de Carlos II, era
un lugar muy visitado, no solamente por altos dignatarios de la Corte, a los
que era preciso dar un alojamiento en consonancia con su alcurnia, sino incluso
por extranjeros, los cuales se temía que podrían llevarse una mala imagen. La
realidad era que la única construcción digna de alabanza eran sus arsenales.
A pesar del
celo y de la actividad desplegada por el señor Álvarez Caballero en favor de la
edificación del nuevo consistorio, no pudo ver su propósito convertido en
realidad por haberse trasladado a Valladolid para desempeñar el cargo de oidor
de aquella chancillería. No obstante, antes de su marcha reparó la sala de la
Torre antigua, donde volvieron a celebrarse las sesiones desde 1784 a 1788. En
este periodo, reconociéndose la imperiosa necesidad de proporcionar instalación
adecuada a una cátedra de latinidad y a una escuela pública, se acordó
construir en el llamado campo de la horca, frente a la calle del Desengaño, un
edificio. Ocupada la planta baja del mismo por los centros docentes citados y
quedando vacíos en el primer piso unos salones amplios, trasladó a ellos el
ayuntamiento, su sala de sesiones y su archivo.
Tres años más tarde se aprobaba el proyecto de casa consistorial que había mandado confeccionar el señor Álvarez Caballero. Dicha obra, que se pretendía hacer en la Plaza de Dolores, se llevó a cabo al fin en el corralón destinado a la custodia de las astillas del arsenal. Se trata de la cárcel nueva, edificio que posteriormente fue ocupado por el Instituto de Enseñanza Media y después Gobierno militar, hoy Abanca. Comenzaron los trabajos el 17 de marzo de 1794, para terminar a principios del 1802, instalándose inmediatamente en el nuevo edificio, las dependencias municipales y los presos de la cárcel vieja.
Pero el Ayuntamiento
no había de encontrar todavía aquí su alojamiento definitivo y así, en 1847
volvió a establecer sus oficinas en la casa que había dejado antes, debiendo
esperarse a 1953 para hacer el traslado al actual Palacio Municipal, ahora
renovado. El inmueble que dejaba se
convirtió durante la dictadura franquista en el sindicato vertical.
Publicado en el suplemento dominical Nordesía/Diario de Ferrol, 17-11-2024