El profesor e historiador Bernardo Máiz ayer, en el uso de la palabra
Allí, en la iglesia del Socorro,
al pie mismo del Cristo de los Navegantes, un nutrido grupo de ciudadanos
rindieron ayer memoria al sociólogo y excura de la parroquia mencionada,
Bernardo García Cendán. El acto fue organizado y diseñado por el cura Xaquín
Campo Freire a su imagen y semejanza. Sentado en una mesa muy cerca del altar,
micro en ristre, Campo Freire actuó de maestro de ceremonias, dio juego, dio
palabras, recitó, presentó, nada se escapó a su control, únicamente los
tiempos, ya que los cinco minutos "per capita" reglamentados
saltaron, en algunos casos, por el aire. Xaquín quiso que se celebrase en el
templo en el que García Cendán desarrolló su labor pastoral, aunque el
desaparecido vilalbés ejercía en la iglesia y en la calle, en los escenarios
culturales, sociales, obreros, familias pobres... El discurso no fue monocorde hubo intervenciones
de fieles, agnósticos (entre los cuales me incluso) y ateos que, en este último caso, destacaron por encima de sus creencias y no creencias, el lado
humano y ético del cura Bernardo que, por cierto, acabó secularizándose e
impartiendo docencia en la campus universitario de Lugo. En el auditorio,
familiares del homenajeado a título póstumo, que agradecieron las muestras de
reconocimiento y cariño. Antiguos feligreses, un pequeño coro e intervenciones
musicales de los artistas María Manuela y Manolo Bacallao que cerraron el acto
con el Grândola Vila Morena luso, coreado por muchos de los presentes. A mi,
como condiscípulo de Bernardo García, me encomendó el organizador que hablase
del seminario que nos encontramos. Fue una visión crítica: eran los años cincuenta, tiempos de Concordato y Franco bajo palio.
La formación que recibíamos era absolutamente integrista, aunque en el plano humanístico, aprovechable en algunos valores
como el fomento del pensamiento crítico con la injusticia social, el sentimiento
solidario y el respeto a la persona como eje de convivencia. Sociólogos, como
Xosé Leira, historiadores como Bernardo Máiz, veteranos compañeros de
sacerdocio, miembros de la revista Encrucillada, editora del libro Unha alborada nova, todos amigos de García Cendán,
un hombre que transmitía paz y serenidad. Como dijo la doctora
Carmen Solloso, que lo trató en su enfermedad, era imposible, con aquel
carácter dulce y apacible, no caer en las redes de su amistad. Permanecerá en
la memoria colectiva de Ferrol, su ciudad de adopción.
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